sábado, 5 de noviembre de 2016

EL PADRE ADOLFO MOTA - Cristeros del Volcan, sur de Jalisco


LOS CRISTEROS DEL VOLCÁN DE COLIMA

Spectator

APÉNDICE
Post Scriptum
Los últimos acontecimientos



NUEVOS MARTIRES.
EL PADRE ADOLFO MOTA



El señor cura don Adolfo Mota, el sacerdote abnegado que como pastor bueno, vimos en medio del peligro y de mil y mil zozobras, durante los últimos tiempos de la defensa armada de los cristeros, habitar en las estribaciones de Cerro Grande con el fin de velar por el bien espiritual de sus hijos, los feligreses de la parroquia de Cómala, de la cual era en aquel entonces párroco; hoy, por disposición del Gobierno Ecco. Diocesano, se encontraba en el pueblo de Zapotitlán, Jal., en sustitución del párroco mártir don J. Guadalupe Michel, muerto el 7 de marzo del año 1928, según arriba está narrado.

Corrían los días últimos del año 1931. También en Zapotitlán, el celoso párroco hubo de ser perseguido y, meses enteros, tenía que estar escondido, ya en un rancho, ya en otro, en los barrancos pertenecientes a su nueva parroquia. Así, en iguales condiciones, amenazada su vida, siguieron corriendo los meses primeros de 1932. En el viernes Santo de ese año, predicando en su templo parroquial de Zapotitlán, en el curso de su predicación, ante el recuerdo de Cristo crucificado y por nosotros muerto, con éstas o semejantes palabras, según lo refieren personas que lo escucharon, se dirige al Señor:

¡Oh mi Dios! ¡Mi Jesús crucificado! Si por nosotros diste la vida en una cruz ¿por qué nosotros, miserables, nos resistimos a sufrir por ti, a dar nuestra vida pobrecita por ti? Señor Jesús, aunque no lo merezca, aquí está la vida mía, tómala cuando tú gustes y sea mi muerte expiación de mis pecados.

Y pasaron los días y los meses hasta la festividad del Corpus que celebró en su misma cabecera parroquial de Zapotitlán, Jal. En ella, predicando, hace el mismo ofrecimiento solemne de su vida. Ocho días más tarde, celebrando la octava del Santísimo Sacramento, no ya en la cabecera parroquial, sino en el pueblo de Cópala, de su misma parroquia, es más explícito y elocuente en el ofrecimiento de su vida. Ya el mártir preveía su feliz triunfo y aceptaba plenamente el sacrificio:


Señor Jesús, tus enemigos no se dan tregua en perseguirte. Desde esa Hostia santa en donde resides vivo y verdadero, acepta el ofrecimiento que te hago de mi pobrecita vida, en desagravio del odio de tus enemigos y para que reines en México.


Y el sacrificio fue aceptado. La noche del 30 de mayo -no habían pasado ocho días de este último ofrecimiento solemne- se presenta intempestivamente en el curato de Zapotitlán, Jal., una escolta y lo toma prisionero sin permitir que lo acompañaran a ninguno de sus familiares o amigos. Lo montaron en una cabalgadura, y lo sacaron del pueblo.

... Cerca de la ranchería de San Isidro, tres días más tarde, el día 2, apareció su cadáver en un zanjón, sollamado en algunas partes y en otras casi carbonizado, mutilado y del todo desfigurado; completamente negro por el lodo y la sangre y el fuego. Desde un montón de piedras en donde le habían dado muerte, le habían arrastrado hasta aquel lugar: el vientre lo tenía casi vacío, sin intestinos; no tenía pies, y le había sido arrancado el brazo derecho. El tronco y la cabeza, sollamados, yacían en el zanjón. Los vecinos de Cópala recogieron aquellos despojos y los llevaron a sepultar a Zapotitlán. El brazo fue encontrado varios días después, también por vecinos de Cópala, Jal., quienes lo llevaron y, en una urna, lo enterraron respetuosamente en la capilla de su poblado.

Poco tiempo después el nuevo Párroco de Zapotitlán bendecía un monumento que la parroquia dedicó a la memoria del insigne sacrificado.


NOTA: Este material se utiliza solo como referencia cultural  y reconozco  que  está protegido por el derecho de autor.
Pertenece al autor intelectual del libro ‘LOS CRISTEROS DEL VOLCAN DE COLIMA”

Atte. J. Noé Rosales.


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